Este es mi
poema sobre lavar los platos,
todo lo que
cominos ayer
con las
burbujas de un detergente azul,
se va, pero
no son estas cosas las que pienso cuando paso la esponja
Uno ronda
la pila de platos como un gato vacilante,
que quiere
y no,
entre el deseo
de que las cosas estén ordenadas, casi permanente
y el deseo
de que las ordene otro
Pero la
decisión, ah, el momento de la decisión
es
poderoso,
se abre la
canilla y a la pila de cosas sucias
se le
empieza a dar sentido
Los vasos
por un lado, y primero, porque van abajo en el escurridor
son mi
parte preferida
después los
platos, uno por uno, los más difíciles están engrasados y requieren
dos pasadas
a veces, pero no son estas las cosas que pienso mientras lavo los platos
Al pasar a
las ollas, a los tappers, la montaña de cosas limpias va creciendo
y yo soy
una experta en hacer esa montaña
también, en
dejar lo más feo para el final: los tenedores
cuchillos y
cucharas, cucharitas que usamos por montones, como si fuéramos veinte
y no tres
los que vivimos
acá. Las
manos bajo el agua
se enjuagan
y enjabonan tantas veces como los platos mismos, se lavan mil veces
y la piel,
con el agua, se seca.
Lavar la
pileta, enjuagar la esponja, tapar el detergente
-por favor
no lo olviden-
son los
últimos pasos, los que distinguen al lavador interesado
del que se
deja llevar por la desidia, la mala gana, el “por qué”,
“¡Por qué
otra vez, tengo que lavar yo!”, “¡Por qué la vida consiste en lavar platos!”,
“¡Por qué lo que lavamos
ya se
ensucia!”, y en el colmo del existencialismo,
alguien que
llegó tarde le acerca una taza para lavar, la deja casi con pudor, o miedo
al costado
de la pileta. Esto no termina más
y no
termina,
empieza
todo el tiempo.
En la circulación
de la
pileta al escurridor a la alacena, y después a la mesa, y vuelta a la pileta
se nos
están pasando nuestros días
pero no son
estas las cosas que pienso
mientras
lavo parada frente a la pileta.